Los Radley by Matt Haig

Los Radley by Matt Haig

autor:Matt Haig [Haig, Matt]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2010-07-01T00:00:00+00:00


Cuando alguien se cayó de una bicicleta en 1983

* * *

A las cuatro de la tarde, los Radley están sentados a la mesa, dando buena cuenta de la comida. A Peter, que mira fijamente el trozo de cordero de su plato, no le sorprende la determinación de su mujer para que todo siga su curso habitual. Sabe que, para Helen, la rutina es una especie de terapia. Algo que la ayuda a guardar las apariencias. Pero, a juzgar por sus manos temblorosas mientras reparte las patatas asadas, la terapia no funciona.

Tal vez sea por Will.

No ha cerrado la boca en los últimos cinco minutos y tampoco muestra la menor intención de hacerlo mientras se dispone a responder otra de las preguntas de Clara.

—… Mira, no tengo que persuadirme a mí mismo. Estoy protegido. La policía no puede hacer nada para pararme. En Manchester existe una asociación llamada la Sociedad Sheridan. Es un colectivo de vampiros practicantes que se cuidan mutuamente. Se trata de una especie de sindicato, pero con unos representantes más atractivos.

—¿Quién es Sheridan?

—Nadie. Sheridan Le Fanu. Un antiguo escritor sobre vampiros. Hace mucho que murió. La cuestión es que la sociedad envía cada año una lista a la policía y ellos no tocan a esas personas. Y yo siempre estoy en los primeros puestos.

—¿La policía? —pregunta Rowan—. ¿De modo que conocen la existencia de los vampiros?

Will niega con la cabeza.

—Por lo general, no. Pero hay algunos de Manchester que sí. Todo es muy clandestino.

Rowan parece muy inquieto por esta información y palidece de forma obvia.

Clara tiene otra pregunta.

—Así que si nos ponen en la lista, ¿la policía no podrá hacernos nada?

Will se ríe.

—Tienes que ser un vampiro que practique de forma habitual, con unos cuantos cadáveres a tus espaldas. Pero quizá sí. Podría presentarte a la gente adecuada. Mover unos cuantos hilos…

—No lo creo, Will —dice Helen—. No creo que necesitemos ese tipo de ayuda.

Mientras las voces se alzan y callan a su alrededor, Peter mastica la carne poco hecha que, a pesar de todo, está demasiado pasada, tanto que resulta ridículo. Se fija en la mano temblorosa de su mujer mientras llena su copa de merlot.

—¿Estás bien, Helen? —pregunta.

Ella esboza una débil sonrisa.

—Estoy bien, de verdad.

Sin embargo, le da un vuelco el corazón cuando suena el timbre de la puerta. Peter agarra la copa de vino y se dirige hacia la entrada, rezando, como su mujer, para que no sea una nueva visita de la policía. De modo que, por una vez, resulta un alivio ver a Mark Felt, que sostiene un gran rollo de papel en los brazos.

—Los planos —le explica su vecino—. Ya sabes, te dije que queríamos ampliar el piso de arriba.

—Vale, sí. Aunque ahora estamos…

—Es que esta noche me voy de viaje de negocios, por eso he pensado que sería un buen momento para enseñártelos.

A Peter no le entusiasma la idea para nada.

—Claro, por supuesto. Pasa.

De modo que, al cabo de un minuto, está atrapado, viendo a Mark desenrollar los planos sobre la encimera de la cocina.



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